Jacques Monod: azar y necesidad en la naturaleza viva

[Lectura: 9 min.]

1. ¿Posee lo vivo una finalidad?

“Todo lo que existe en el Universo es fruto del azar y la necesidad” (Demócrito)

Tanto la materia viva como la inerte comparten la cualidad del movimiento, pero solo en la primera consideramos que posee algún tipo de fin o intención. La bacteria absorbe nutrientes, la planta busca el Sol, los animales exploran el entorno, y el ser humano persigue sus incontables tareas.

Y también —lo vivo en su conjunto— aparenta tender hacia formas cada vez más complejas y extraordinarias, como si la evolución se encaminara hacia alguna meta final de la Naturaleza.

¿Está la vida, entonces, destinada hacia algún fin esencial?

Axones neuronales al ojo
Axones neuronales conectándose al ojo (Dr Guilermo Moya)

Muchos han defendido esta idea teleológica o finalista de lo vivo. Para Jacques Monod, sin embargo, el fundamento último radicaría en el azar y la necesidad. Azar de las incesantes e incontables combinaciones de la materia; necesidad de verse sometida a las leyes de la naturaleza. No habría designio divino ni natural, tampoco fuerzas o impulsos «vitales» que guiaran de antemano el curso de la vida.

‘El puro azar, el único azar, libertad absoluta pero ciega, en la raíz misma del prodigioso edificio de la evolución…’ (Monod, El azar y la necesidad 113)

Un azar que, delimitado por la necesidad de las leyes naturales, también explicaría nuestro propio origen. Porque para Monod el ser humano es también en parte fortuito y no destinado, es decir, contingente. La idea es, sin duda, difícil de aceptar: golpea nuestro antropocentrismo, el profundo deseo de ser necesarios y fundamentales en el orden de todas las cosas:

“Nosotros nos queremos necesarios, inevitables, ordenados desde siempre. Todas las religiones, casi todas las filosofías, una parte de la ciencia, atestiguan el incansable, heroico esfuerzo de la humanidad negando desesperadamente su propia contingencia.” (Monod 50)

Pero, si este es el caso, ¿cómo explicar la evidente observación de que todo lo vivo obra como si persiguiera metas y fines? Esta característica aclarará Monod, solo se entiende al relacionarla correctamente con las demás propiedades principales de los seres vivos, las cuales descansan en último término en el azar y la necesidad.
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Planetas: semillero de complejidad

[Lectura: 8 min.]

“Actualmente, nadie duda de la universalidad de los sistemas planetarios alrededor de otras estrellas”. (José Maza, Astronomía contemporánea 179)

Los planetas son, sin duda, inmensas masas de materia cuasi esféricas orbitando una estrella. Pero también son algo más. Porque de todos los astros del universo, son el lugar eminente para el desarrollo de complejidad, propiedades emergentes y fenómenos completamente nuevos. La Tierra y el origen de lo vivo es una primera comprobación, pero ¿cuántos lugares similares podemos esperar en el universo?

Exoplanetas (science.nasa.gov)

“En promedio, se estima que hay al menos un planeta por cada estrella en la galaxia. Eso significa que habría del orden de miles de millones de planetas solo en nuestra galaxia, muchos en el rango de tamaño de la Tierra”. (NASA, “Strange New Worlds”)

Y la cifra crece exponencialmente si consideramos todas las galaxias del universo observable: 10.000.000.000.000.000.000.000 (10²²) planetas.

Esta inmensa cantidad –junto con las condiciones generales que definen a todo planeta– permite pensar el cosmos como un auténtico semillero de complejidad. Y aunque no toda semilla germina, bastaría que un pequeño porcentaje lo hiciera para considerar un universo poblado de posibilidades y fenómenos nuevos por descubrir.

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Reino de las Plantas (evolución y significados)

[Lectura: 10 min.]

Sabiduría en la Naturaleza

Cada Reino de lo vivo expresa una larga historia de ensayos para superar los problemas que le ha presentado su medio en el planeta. Desde organismos unicelulares, hasta otros más complejos, todos han tenido que recorrer un enorme camino evolutivo para encontrar respuestas satisfactorias para adaptarse y conseguir sostener su existencia.

Es en este sentido que cada rama evolutiva presente hasta hoy, porta un registro de incontables soluciones a problemas de nuestro mundo.

“Hay (…) millones de tipos de animales y plantas en el mundo: millones de soluciones distintas a los problemas de mantenerse con vida.” (David Attenborough, La vida en la Tierra)

Ahora bien, el progreso de las ciencias en los últimos siglos ha permitido desvelar muchos de los mecanismos por los cuales lo vivo consigue estas soluciones. Gracias a este conocimiento, no solo avanza el entendimiento de la historia de la vida y su evolución, también —desde una mirada más filosófica— se visibilizan una infinidad de formas de vivir en el mundo que dejan múltiples lecciones que el ser humano puede aprovechar para sus propios problemas.

Esto no es muy distinto a la relación que tuvieron los filósofos de la antigüedad con la Naturaleza. Junto con estudiar su orden y funcionamiento, interpretaron la sabiduría subyacente que esta poseía, ayudándose así a encontrar guía sobre cómo vivir consigo mismo y con los demás.

“Entonces el alma tiene la plenitud y la perfección del bien al que puede aspirar, cuando hollado todo mal, endereza su vuelo a la altura y penetra en las intimidades de la Naturaleza” (Séneca, Cuestiones Naturales 784).

Formas de la naturaleza, Naturalista Ernst Haeckel 1904)

De los frutos de la ciencia moderna se pueden obtener ricos y detallados casos de cómo lo vivo responde a la realidad. Con una posterior reflexión, se pueden extraer modelos y ejemplos, o interpretar símbolos y significados, todos capaces de contribuir en la solución de nuestros problemas más apremiantes.

Y si de entre todos los reinos de lo vivo hay uno que vale la pena atender, es aquel que ha conseguido proliferar por millones de años por caminos muy distintos a los nuestros. Pues mientras la humanidad avanza pobre en fundamento —acelerada e impaciente hacia un destino incierto— el Reino de las Plantas crece lenta y arraigadamente hacia el cielo y su estrella, abriendo hojas, eclosionando en colores, y ofreciendo a su entorno frutos y semillas para el porvenir.

¿No debemos acaso prestar atención a la sabiduría que subyace en su forma de existir?

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Ser primate, ser humano (II) Frans de Waal

[Lectura: 6 min.]

La otra cara de la moneda: bonobos

Parte II: tras la propagación de la idea de la agresividad en los chimpancés (parte I - Goodall), se desarrollan nuevos estudios que ponen en cuestión el predominio de este rasgo en todo primate.

a) Pacifismo y sexualidad

“Entre los bonobos no se producen guerras a muerte, apenas cazan, los machos no dominan a las hembras, y hay mucho, mucho sexo. (…) Los bonobos hacen el amor, no la guerra. Son los hippies del mundo primate.” (De Waal, El mono que llevamos dentro 43)

Frans de Waal (1979) *

Junto con los chimpancés, los bonobos son nuestros parientes más cercanos (99% de similitud en el ADN). Inicialmente, se los consideró un tipo de chimpancé (“pigmeo” o pan troglodytes paniscus). Pero algunas diferencias morfológicas y notables distinciones conductuales, ameritaron que se los considerara una especie propia (pan paniscus). En 1954, Tratz y Heck publicaron uno de los primeros estudios donde se destacaba dicha diferencia:

“El bonobo es una criatura extraordinariamente sensible y tierna, muy alejada de la Urkraft (fuerza primitiva) demoniaca del chimpancé adulto.” (Tratz y Heck en De Waal, 42)

Los bonobos, al contrario del sistema patriarcal y competitivo de los chimpancés, se organizan en un matriarcado liderado por una hembra veterana. Y aunque los machos siguen siendo más fuertes y grandes, las hembras consiguen controlarlos cooperando entre ellas y reduciendo las tensiones grupales por medio de una abundante vida sexual.

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Revolución cosmológica, revolución humana (II) Galileo, Descartes y Newton

[Lectura: 11 min.]
Parte II. Continúa la revolución científica y la "destrucción del Cosmos" (Koyré). Una transformación no solo de la mirada del Universo, sino también del puesto del ser humano en el Cosmos. (Parte anterior)

4. Galileo: observa

“La filosofía está escrita en ese grandísimo libro que tenemos abierto ante los ojos, quiero decir, el universo, pero no se puede entender si antes no se aprende a entender la lengua, a conocer los caracteres en los que está escrito. Está escrito en lengua matemática y sus caracteres son triángulos, círculos y otras figuras geométricas, sin las cuales es imposible entender ni una palabra; sin ellos es como girar vanamente en un oscuro laberinto.” (Galileo, El ensayador 63)

Galileo Galilei, copernicano como Kepler, también defendió un universo fundado en las matemáticas. El nuevo método, por consiguiente, debía atender al aspecto cuantitativo de todo lo observado, aplicando mediciones cada vez que fuera posible. No se diferenciaba, entonces, entre un mundo terrenal y otro celestial, sino que todo quedaba regido bajo el “lenguaje matemático” del universo.

2 telescopios originales creados por Galileo (3 y 20 aumentos). La leyenda en latín dice: Tubo óptico, obra de Galileo, con el cual observó por primera vez las manchas solares, las montañas de la Luna, los satélites de Júpiter y una nueva imagen del universo en 1609. (museogalileo.it) 

Pero todo modelo o hipótesis matemática debía corroborarse en la experiencia. Esta confianza en lo empírico, lo condujo en 1609 a atender los rumores de un nuevo instrumento creado en Holanda: el perspicillum o telescopio. En pocos meses consiguió construir uno y perfeccionarlo para observar el cielo, iniciando la historia de un instrumento científico que no ha hecho sino ampliar el horizonte del universo ante nuestros ojos.

Sidereus Nuncius (El mensajero de las estrellas, 1610):

“Grandes en verdad son las cosas que en este breve tratado propongo a la vista y contemplación de los estudiosos de la naturaleza. Grandes, digo, sea por su excelencia intrínseca, sea por su novedad, jamás oída en todos los tiempos, sea en fin, por el instrumento mediante el cual esas mismas cosas se han hecho accesible a nuestros sentidos. (…) Sin duda es importante aumentar el gran número de las estrellas fijas que la humanidad ha podido contemplar hasta ahora mediante su visión natural, poniendo ante los ojos otras innumerables que nunca antes se habían visto…” (Galileo en Koyré, 87)

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